En el Teatro Capitol los músicos contaron la historia de las bandas

A partir de los testimonios de los maestros de la Casa de las Bandas se construyó un espectáculo escénico con más de 1500 personas que asistieron a la primera temporada de tres funciones en el Teatro Capitol.

Con la música como protagonista principal, el espectáculo ‘Banda de pueblo, historias de músicos’, celebró su temporada de estreno en el Teatro Capitol de la ciudad de Quito.

Entre el jueves 14 y el sábado 16 de septiembre, los maestros de la Casa de las Bandas narraron en primera persona la vida y milagros del músico de banda popular.

Fundada en 2013 y ubicada en el histórico barrio de La Tola, la Casa de las Bandas es un espacio de la Secretaría de Cultura del Municipio de Quito para el estudio y desarrollo de la música popular ecuatoriana y universal. Maestros intérpretes de distintos instrumentos y conocedores de los distintos elementos musicales comparten allí sus conocimientos y forman a nuevos talentos populares.

¿Pero por qué se es músico? ¿Cómo mismo es la vida del artista? En el espectáculo de teatro, danza y música, los maestros de la Casa de las Bandas fueron desgranando sus historias y ofreciendo sus respuestas. Que heredaron el oficio, contaron unos, desde los padres o hasta desde los abuelos. Otros dijeron que descubrieron solitos la vocación.

A casi todos, la música les ofreció una posibilidad de supervivencia. Un camino para tener sueldito fijo y, a veces, para cumplir otros sueños: como el trompeta que se alistó en la banda de la marina para conocer el mundo. Aunque al final con las justas haya conocido las partes del barco, y eso después de dos años…

La obra es didáctica desde la emotividad. Enseña, usando como recurso la ternura. La memoria de los protagonistas es un elemento de valor inigualable en el montaje, que avanza jalonado por esas historias de vida. Historias de amor de los músicos con la música.

Son amorosos, por ejemplo, los delirios y sueños del director, que busca cómo llevar a sus instrumentos la partitura, como adaptar para su elenco la música original. Son amorosos los intentos del albañil que tras la durísima jornada de trabajo se afloja las manos con trago para que los dedos puedan deslizarse sobre el saxofón –al que también le da un chorrito generoso de aguardiente.

Los músicos de la Casa de las Bandas de Quito dan cuenta de una cualidad propia de la capital. Vienen de Loja, de Chimborazo, de Tungurahua. Llegan desde el norte de la Sierra y desde Esmeraldas, de El Oro y de Azuay. Porque la música es parte de la cultura popular en todo el país.

En Esmeraldas, cuenta Lindberg Valencia –actual director de la Casa de las Bandas–, son los grupos de marimba los que acompañan cada momento de la vida. La enfermedad, la cosecha, el matrimonio, la tormenta… Y en el Chota, la otra región afrodescendiente del país, el grupo musical es la “banda mocha”, que con instrumentos artesanales recrea a las bandas militares.

Cada banda es un escuela de músicos y un espacio de interacción social. El grupo tiene sus propios anhelos, como ganar la célebre Chirimoya de Oro que premia a la mejor banda en el concurso de Puéllaro. Buscan chauchas, o “chivos” como le llaman, para levantar sueltitos. Y en las fiestas lo pasan bien, pero no tanto como los que festejan.

Banda de pueblo, historias de músicos, despertó la emoción en el público. El testimonio vívido de los maestros de la Casa de las Bandas fue el mejor recurso para llegar al corazón de los asistentes. La obra tuvo, además, un carácter didáctico muy importante.

A lo largo de las escenas, el espectador va aprendiendo sobre qué son y cómo funcionan las bandas de pueblo, conoce sobre géneros musicales y se le siembra la inquietud para averiguar sobre compositores y arreglos. Asiste a la duda entre la clarinetista, segura de que la nota es lo principal, y el encargado del bombo, convencido que la esencia está en el ritmo. Escucha dos versiones de Matitas de perejil, por ejemplo, resulta tan diferente en su versión interpretada al estilo popular en otra, tocada “con un arreglo de conservatorio, medio raro” (como dice con sorna uno de los músicos).

Durante las tres noches, el aforo del Teatro Capitol casi no tuvo una butaca desocupada. La sonrisa en los rostros de las familias que se retiraban al fin de la función era el mejor indicador del buen resultado de la obra. El público se quedó preguntando para cuándo será que se puede volver a ver esta producción.

En palabras de los productores y protagonistas, “este trabajo, más allá de una obra escénica, ha sido un proceso de diálogo constante, de hallar nuevas motivaciones, de imaginar nuevas posibilidades para la Casa de las Bandas de Quito”.

Según Rodrigo Cajas, comunicador de la Casa, el proceso del montaje se organizó en tres etapas. En la primera se recogió toda la información de los músicos a través de dinámicas e improvisaciones. La segunda, constituyó la elaboración del guión con las escenas previstas, arreglos y adaptaciones musicales. Estas dos etapas se desarrollaron en el mes de julio. En agosto se avanzó en la dramaturgia y la puesta en escena con actores y músicos.

El espectáculo ha sido dirigido por Javier Cevallos Perugachi y ha contado con el apoyo escénico de la Fundación Quito Eterno. La dirección musical estuvo a cargo de Carlos Pastás y la obra contó con arreglos en más de 20 temas populares, realizados por Jorge Oviedo, Wilson Medina, Rocío Pachacama, Lindberg Valencia, William Placencia, Carlos Pastás, Víctor Asadobay, Estuardo Rivadeneira, Agustín Guanoluisa, Daniel Lema, Hugo Guasumba.

 

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