Pilar Gómez, obrera de la Epmmop, atiende las emergencias de la ciudad
Alangasí – El Tingo 04:00: Pilar Gómez tiene 49 años, ella es parte de la unidad de emergencias de la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas –Epmmop-. Todos los días se levanta muy temprano para dejar la comida lista para su esposo y sus dos hijos: Mateo de 22 años y Sebastián de 21. Su marido es panadero y sale muy temprano a laborar.
Cuando Sebastián tenía 18 años fue atacado brutalmente y drogado. Con el tiempo su vida cambió totalmente y una vez lo llevaron al médico donde le diagnosticaron esquizofrenia. “El médico me dijo: señora usted de ahora en adelante debe ser más fuerte. Su muchacho es como un niño, hay que estar muy pendientes de él y hacer constantes terapias. Debe ser positiva”.
“Pilar es una mujer muy fuerte, levanta cosas, palea, nunca se niega a ningún trabajo. Labora igual que cualquier hombre”, relata Pablo Ávila, jefe de la Unidad de Emergencias de la Epmmop.
05:50/ Pilar sale de su casa para estar 15 minutos antes de las 7:00 en el campamento de emergencias. Allí inicia su jornada laboral por 24 horas seguidas, luego de eso tiene dos días libres. “Estar en la unidad de emergencias es estar atento las 24 horas y los 365 días del año. Estamos siempre activos ante cualquier eventualidad como deslizamientos de tierra, limpieza de vías, mantenimiento de taludes, limpieza de cunetas, entre otros”, comenta Ávila.
El viento sopla fuerte, del cielo caen pequeñas gotas de agua; Pilar y sus 5 compañeros de la brigada de emergencias se encuentran en la av. Simón Bolívar para limpiar las cunetas y para estabilizar un talud en la zona de Guápulo. Gracias a estos trabajos preventivos, la Epmmop refuerza la seguridad de 50 mil conductores que transitan por la zona.
Las horas transcurren entre risas, la tarde empieza a caer “por hoy hemos cumplido” es la frase que se escucha de Ávila; todos se dirigen a lavarse las manos, guardar sus herramientas y empezar su retorno al campamento. Pilar luce agotada, pero en sus ojos se ve la satisfacción del deber cumplido.
“Luego de mi jornada de trabajo llego muy cansada a la casa, pero eso se me quita cuando veo a mis hijos y más cuando Sebastián me da un beso en la frente y me pide que vayamos a la montaña. Llego molida, pero acepto y hago un esfuerzo por su bienestar”, dice Pilar.
Comenta entre risas que sus compañeros le dicen Gulliver por su tenacidad a la hora de laborar. “Esas fuerzas me salen del alma, siempre le doy con todo, no me amilano a nada. Me encanta trabajar, me gusta lo que hago, soy peona y con orgullo lo hago primero por mis hijos, mi familia y luego por ver hermoso a mi Quito lindo”.
Parte de las terapias de Sebastián es estar en constante actividad. “Su mente debe estar distraída y no con actividades monótonas. Antes de la pandemia lo llevaba a nadar, ahora vamos a las montañas, a hacer bici, a caminar. A él le gusta mucho eso, aunque después se olvida… En la semana lo llevo a las terapias médicas, si estoy de turno va mi esposo. Le doy gracias a esta empresa por el apoyo constante, a mis compañeros y jefes, pero principalmente a Dios”.
Una vez a la semana Sebastián recibe el pinchazo de una abejita. Su madre no pierde la esperanza de verlo algún día sano. “Lo único que quiero es que mis hijos estén bien y cuando yo falte no quisiera verlo en la calle, por eso trabajo duro, por eso me esfuerzo en dedicarles tiempo luego de mis labores. El médico me dice que es una enfermedad para siempre, pero yo tengo fe de que se curará”.