Los rostros de la EP Emseguridad: Julieta Godoy, la ‘Julietita’ de la limpieza

¿Dónde compra esas ricas empanadas que acompañan a su almuerzo? En la calle Olmedo, responde Julieta Godoy, la dama que hace la limpieza en las oficinas de la sede central de la EP-Emseguridad. Otra pregunta, cómo regresa tan rápido si la panadería está a cuatro cuadras de la oficina (Espejo OE-240).

La mujer de 56 años sonríe al escuchar esa referencia y acota que toda su vida ha sido rauda y veloz. Otra cualidad que le inculcó su madrecita, servir con esmero, quizá porque estaba convencida de los resultados de aquel dicho popular: “El comedido come de lo escondido”.

Además, esa búsqueda de su almuerzo le permite hacer una pausa a su rutina del trabajo, de ninguna manera le resta tiempo en lo que tiene que hacer día tras día. Es que todo lo tiene cronometrado y sistematizado.

Ni bien llega a la Empresa, a las 08:00, lo primero que limpia son los espacios del ingreso. Luego, junto con su compañero de labores Miguel Cisneros se reparte el arreglo del resto de las 21 oficinas, 10 baños, la sala de reuniones, la recepción y los pasillos.

Hace tres años, Julietita forma parte de la familia del Municipio de Quito. Recuerda que en enero de 2019 consiguió el puesto, una vez que su antecesora se jubiló. De allí en más, todo marchó sin inconvenientes…

Pero llegó marzo y la pandemia por el covid-19 trajo consigo el confinamiento de la población. “Como todos, creí que sería solo 40 días (cuarentena), pero el aislamiento se alargó y yo me angustiaba por venir a trabajar”, menciona.

Como los directivos jamás dejaron de trabajar en la presencialidad, Julietita creyó que sería conveniente acercarse a la oficina al menos una vez a la semana y dar una mano en lo que fuera. Sin embargo, de la puerta de ingreso no pasaba porque la emergencia sanitaria se mantuvo en sus picos más altos.

Antes de formar parte de la EP-Emseguridad, comerció mil cosas, productos naturales, gorras con bufandas, ropa de bebé… fue su apuesta para sobrevivir desde el momento mismo que abandonó su ciudad natal, Naranjal (provincia del Guayas).

Por algún tiempo echó raíces en Shumiral (Azuay), en Machala (El Oro), en Santo Domingo de los Tsáchilas y, a los 18 años, se radicó para siempre en Quito.

Luego llegó el tiempo de casarse y tuvo cinco hijos, en la actualidad el mayor tiene 30 años y el menor, 13. “Me salieron buenos chicos, estoy orgullosa porque pude educarlos con mi trabajo y ahora, las dos mujeres, son profesionales en comunicación y en docencia; el mayor, en cambio, tiene una discapacidad y tiene su trabajo; el menor sigue estudiando en el colegio”, asegura.

Justo con su ‘pucho’, al que llama su luz, pasa la mayor parte de sus momentos de descanso. Entre sus pasatiempos están las caminatas por la ciudad y mirar algunas serias antiguas como El Gran Chaparral, Bonanza, Daniel Boone… Le encantan esos programas de la década de los 60 del siglo pasado, porque le gusta la aventura y la solidaridad que esos personajes demostraban en su cotidianidad.

Cierto es que anda olvidada de la iglesia, pero es súper católica y cuando puede visitar los templos de Santa Teresita o San Francisco, lo hace para agradecer por la lucidez que tiene frente a la vida, porque siempre pone colores a sus días.

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