El Carnaval, más que una fiesta: un reflejo de memoria, resistencia y tradición
21 de febrero de 2025, (Quito Informa). – Dentro de poco se celebrará el carnaval, una fecha relacionada con la fiesta indígena del ‘Pawkar Raymi’, que representa la culminación de un ciclo agrícola y la inauguración de otro. Además, se vincula con el periodo de Cuaresma de la iglesia católica, 40 días antes de conmemorar la Semana Santa.
Las coplas carnavaleras, el juego con espuma, flores, talco, agua, máscaras, las reuniones familiares y entre amigos son ahora la tónica de estos festejos. Alejandro López, Cronista de la Cuidad, habla acerca de estas celebraciones y su importancia en el ámbito cultural.
¿Cómo el Carnaval resalta la cultura y tradición de los pueblos?
El Carnaval es un reflejo de la memoria colectiva, donde convergen prácticas ancestrales, resistencias históricas y visiones del mundo. En los Andes, por ejemplo, esta festividad se fusiona con el Pawkar Raymi, una celebración indígena ligada al ciclo agrícola, que conmemora la floración y la siembra durante el equinoccio de marzo.
Este sincretismo no solo refleja alegría, sino también la capacidad de adaptación y supervivencia de las culturas originarias frente a la imposición colonial. Elementos como el juego con agua, que en las tradiciones prehispánicas se vinculaba a rituales de fertilidad, o las máscaras de diablos que satirizaban el poder español, muestran cómo el Carnaval se convirtió en un espacio de diálogo y resistencia.
¿Qué elementos son constituyentes de esta celebración?
El Carnaval se compone de símbolos y prácticas que reflejan su doble herencia, europea e indígena. Por un lado, incorpora elementos cristianos como la preparación para la Cuaresma, retirar la carne y el exceso antes del ayuno, heredados de tradiciones medievales. Por otro, integra rituales andinos como el uso de agua, flores y polvos de colores, vinculados a la fertilidad y el agradecimiento a la tierra.
Durante la Colonia, se añadieron bailes de máscaras y desfiles europeos, mientras que en el siglo XIX prácticas como lanzar huevos o harina fueron reemplazadas por agua perfumada y cascarones de cera tras prohibiciones como la de 1868. Hoy, la música tradicional, las danzas folclóricas, las comparsas y la comida simbólica, como la chicha o el mote, siguen siendo pilares. Además, en comunidades como Amaguaña o Calderón, se mantienen eventos como el corso de flores o el espumazo, que mezclan lo festivo con lo sagrado, como la veneración al Divino Niño.
Lista la programación para vivir el ‘Carnaval 2025’
¿Quito tiene una raigambre cultural alineada a las celebraciones como el Carnaval?
Quito, aunque menos asociada al Carnaval que otras ciudades, posee una historia carnavalera marcada por el mestizaje. Desde la época colonial, la Real Audiencia de Quito fue escenario de una fusión única: bailes de máscaras europeos se mezclaron con prácticas indígenas como los juegos de agua y las ofrendas florales.
En el siglo XIX, las prohibiciones a ciertos excesos, como lanzar huevos, dieron paso a tradiciones más sutiles, como el uso de agua perfumada.
Hoy, el Centro Histórico revive esta herencia con desfiles en la Plaza de San Francisco y la Plaza Grande, donde conviven disfraces elaborados y bandas tradicionales. Parroquias rurales como Alangasí o barrios como La Magdalena preservan la tradición carnavalera. Incluso en localidades cercanas como Pifo, el Carnaval incluye eventos como el Callumazo, con carros alegóricos y comparsas, mostrando cómo la ciudad y su entorno rural mantienen viva esta fiesta.
¿Por qué es necesario promover estas festividades asociándolas con la historia y la tradición?
Promover el Carnaval desde su contexto histórico y tradicional es esencial para evitar su vaciamiento cultural. Esta festividad no es solo un espectáculo o sólo un feriado: en comunidades como Chimborazo, el Taita Carnaval es una figura de autoridad indígena que lidera ceremonias ancestrales, no un mero personaje decorativo.
Al vincularla con su pasado, se reconoce su papel como herramienta de resistencia, como cuando las comunidades camuflaron rituales al Inti bajo santos católicos. Además, en lugares como Amaguaña, declarado patrimonio inmaterial, el Carnaval preserva prácticas como el corso de flores, que narran la relación entre la tierra y la comunidad. Sin esta conexión, se pierde su dimensión política, como su uso en Saraguro para exigir derechos territoriales, o en Cotacachi, donde se prohíben plásticos para honrar el agua. La historia permite entender el Carnaval como un acto de soberanía, no solo de folclor.
¿Cómo la interculturalidad se ve expresada en el Carnaval?
El Carnaval ecuatoriano es un diálogo constante entre mundos. Un ejemplo claro es la fusión del Pawkar Raymi, celebración kichwa del florecimiento, con el Carnaval católico, donde el juego con agua simboliza tanto la purificación previa a la Cuaresma como la invocación de lluvias para la siembra.
Carnaval de Luces y Colores, Quito se enciende con desfiles y música en vivo
¿Las parroquias rurales han dejado su legado en estas celebraciones, con qué elementos los vemos reflejados al día de hoy?
El legado de las parroquias rurales es fundamental en el Carnaval actual. En Amaguaña, declarada patrimonio inmaterial, se mantienen tradiciones como el espumazo y el corso de flores, que datan de los años 50 y vinculan la fiesta con ciclos agrarios.
En Calderón, las figuras de mazapán y los desfiles en honor al Divino Niño reflejan la unión entre arte popular y devoción. Localidades como Yaruquí o Pintag preservan danzas con bandas tradicionales y juegos con agua, heredados de prácticas comunitarias agrícolas.
Incluso en Quitumbe, al sur de Quito, el “desfile del florecimiento» evoca el Pawkar Raymi, integrando flores y música andina. Prácticas como el randi-randi (intercambio de alimentos) en Chimborazo, o el uso de lana de oveja en disfraces, muestran cómo lo rural aporta elementos de reciprocidad y sustentabilidad, contrastando con versiones urbanas más comercializadas.
¿Por qué es necesario mantener estas celebraciones en la actualidad?
Mantener el Carnaval es defender un patrimonio vivo que sostiene identidades, economías y luchas sociales. Además, revitalizan economías locales: el turismo en Calderón gira en torno al mazapán y sus desfiles, mientras que en Pifo, el Callumazo dinamiza la producción artesanal. Socialmente, prácticas como las mingas para preparar chicha o los tejidos colectivos en Yaruquí, fortalecen la cohesión comunitaria. Finalmente, el Carnaval es un archivo histórico: en cada copla, danza o disfraz, se preservan memorias de resistencia colonial, reformas agrarias o mestizajes creativos, como aquellos bailes quiteños que burlaban a las autoridades españolas.
Sin estas celebraciones, se perdería un mapa esencial para entender no solo el pasado, sino también para imaginar futuros arraigados en la diversidad.